13.11.05

la décadanse

Vuelve a intentarlo, ahora acerca su cabeza a la copa del dry martini y con su nariz de ingenua bordea el filo de la copa. La mujer de blanco aspira con fuerza, de un trago inútil; los aromas del Noilly Prat se resisten, ocultos, atrapados entre un hielo que rueda cañerías abajo. Tan sólo el olor lejano y ardiente del hombre de azul le habla con claridad. La mujer apoya sus pies con firmeza en la barra metálica del taburete y con un ligero impulso yergue las contorneadas caderas y estira el escueto vestido de alpaca, en un inútil intento por evitar que sus broceadas piernas se conviertan en el único abrazo de la mirada del hombre de azul.

Tourne-toi
Non
Contre moi...


El hombre de azul apenas ha articulado dos conversaciones pero ha empinado tres margaritas en cinco sorbos, y sus ojos de escualo enredado han encontrado la presa ansiada. Anclado a aquellos pies largos de dedos proporcionados, felices entre las tiras de piel de las sandalias negras, estremece el deseo en un vaivén de trapecio.

Et danse
la décadanse...


La melodía de susurros cadenciosos oculta el tic-tac del reloj cromado. La mujer siente calor..., más calor; un infierno sellado a punto de explotar colma de espanto su cabeza.
—Sí comer algo me vendría bien, sí volver al principio, empezar. Sí desayunar estaría bien, me sacaría de este cuerpo enroscado y cabeza tambaleante.
Una red de manos invisibles aprisionan los pies de la mujer, una caricia en la mirada estrecha el cerco del hombre que desea.

Reste là derrière moi,
balance
la décadanse
Que tes mains frôlent mes seins et mon cœur qui est le tien...


El hombre levanta ya sin prisas el que sabe su último margarita, como un tigre aúlla recordando la luna lastimera en la noche lejana. Afuera la lluvia moja el ocaso y un lacónico olor a hierba mojada acaba de colarse entre las rendijas de la puerta giratoria. Los pies inmóviles de la mujer de blanco mecen su alma perdida como el ingenuo deshoja la margarita. Los pies de cielo abierto lo engullen entre el espanto y la belleza de los recuerdos malditos. La mujer encorva los dedos del pie derecho con gesto hastiado y agita el meñique adormecido por melodiosa voz de la Birkin. El hombre la mira a los ojos con rostro de dios extraviado, y en fugaz gesto atrevido se lanza sobre el pie derecho, con impacto contundente y dientes de tiburón arranca los dedos del pie. Atrás queda un muñón y una víctima aterida descalza ante la barra del bar.

La décadanse
A bercé nos corps blasés et nos âmes égarées...


Y «Lo demás es silencio» y nieve temprana.

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