28.8.07

viaje

Otra vez con la maletilla a cuestas, no con "el maletilla" ¡ojo!, sino otro pelo me luciría, más enamoriscado, al menos. Aparte del pantalón, un miniparaguas, jersey, muda y neceser, no olvidar el libro "Carta abierta a una chica progre" del señor Umbral, por esto del homenaje póstumo -aunque no pertenezco al club de fans-, porque no he vuelto a leerlo, y porque fue mi favorito en los años de tedio y plateresco.


"Te miro en tu provincia de tedio y plateresco, aquel itinerario entre el colegio de monjas y el cine de los sábados, paseos con el primer novio entre los álamos del río, y el beso que te dio, o su mano en tu pecho, cuando la naturaleza toda, el universo, el puente romano y los ojos del agua miraban tu pecado original". Francisco Umbral. Carta abierta a una chica progre.

22.8.07

y mordiscos

¡Estoy que muerdo! La tengo todo el día pegada a mi trasero, sin tregua ni para comer. Cansina y gritona a más no poder: perezosa, dejada, vaga..., y lo último: atorrante -¿habrá ido al concierto del dúo Sabina/Serrat?-.

Hoy se la he jugado: no he comido en casa y luego sesión de cine en un intento de que "La suerte de Emma" me roce, aunque sea de refilón y me pase una pizquita de buena estrella. Pero no..., no es mi día. La suerte de mi tocaya es como el destino: paradójica, sí el azar le proporciona el amor pero... . Ya se sabe: Dura poco la alegría en casa del pobre, y mi Emma acaba triste cuidando sus cerditos en la granja de Pin y Pon, pero contenta -otra vez la paradoja-, lo siento no quiero desvelar el final. Es una estupenda película alemana, dramática pero sin sensiblerías -me gustan los dramones alemanes de esta última época-, con la muerte en los talones, la soledad en el blanco de los ojos y el humor en el sillín de la motocicleta.

Cuando abro la puerta Misombra se abalanza y me sacude rabiosa con el palo de la fregona. "¿Dónde has estado todo el día zángana?". Escurro el bulto y me encierro en el baño. Apago la luz hasta mañana.

16.8.07

estupor

Esta madrugada un temblor de ráfaga sacude mi cama. Me despierto y el móvil tiembla excitado a los pies de mi cama, las pequeñas garitas de escayola blanca me saludan con titubeos. Cuatro pardales resguardados en el alfeizar de la ventana piaban desconsolados temerosos de la noche cerrada. "Otro terremoto, esta vez más cerca. La tierra se agita", pienso sin mucho interés, con las legañas pegadas a los ojos. Media vuelta, estiro el camisón, y me agarró al osito dormilón. Tres segundos más tarde una nueva sacudida más fuerte estremece mis hombros y una voz afilada me grita al oído:

-Buenos días perezosa. Que estás hecha un gandul. Pero que te crees... ¡Zángana!..., más de quince días sin pegar palo al agua, sin escribir ni una frase, ni una cita en la agenda. ¿Pero qué te has creído, niña?

Misombra ha saltado del altillo del armario y me arrea capirotazos sin compasión. "Por favor déjame dormir, todavía es noche. Es muy temprano, ni tan siquiera tengo los dedos puestos", balbuceo con desidia.

-¡Pendón! Todo el día entre parientes, novios, tumbona, amigos, comidas, libros... Menuda vaga. Hasta aquí hemos llegado.

¡Qué hace otra vez aquí! Por dios que se marche no soporto su olor a cerrado y ese griterío de loca desenjaulada.