27.9.07

llanura de acero

Era un día pálido, azulado y nervioso. Todavía las diez, la maleta medio vacía y la tercera llamada de la mañana volvía a sonar. Camisas de lino, pantalones de algodón, el salacot y el rifle, las gafas de sol, mi sombrerito de paja, el abanico y la brújula. ¡Ah! imprescindible, la bolsa repleta de monedas si uno viaja al país de los hábiles mercaderes con un zoco en cada aldea.

La tecnología se rebeló en Barajas, y el personal de tierra afiló el lápiz y se ajustó los manguitos antes de comenzar el embarque a mano como treinta años atrás.
Con un retraso de horas y un cielo agujereado, la bolsita de dátiles regalo de Tunis Air fue la primera miel del viaje. El viento cálido y salado del mediterráneo retorcía las hojas de las palmeras, mi piel respiraba bajo las estrellas.

"Los árabes comparan a Túnez con un albornoz desplegado, y esta comparación es exacta. La ciudad se extiende en la llanura, ligeramente levantada por las ondulaciones de la tierra, que hacen sobresalir por espacios los bordes de esta gran mancha de casas pálidas de donde surgen las cúpulas de las mezquitas y los campanarios de los minaretes. Apenas si se distingue, apenas si se imagina uno que aquello sean casas, tan compacta, continua y rampante es aquella placa blanca. En torno de ella hay tres lagos que, bajo el durísimo sol de Oriente, brillan como llanuras de acero. Al Norte, a lo lejos, la Sebkra-er-Bouan; al Oeste la Sebkra-Seldjoum, vista por encima de la ciudad; al Sur, el gran lago Bahjira o lago de Túnez; luego, subiendo hasta el Norte, la mar, el golfo profundo, semejante a un lago en su lejano marco de montañas."

Túnez - Guy de Maupassant

Siglo y medio después, Túnez asombra no por sus casas pálidas sino por las manadas humeantes de coches y por el enjambre de antenas parabólicas que abarrotan las terrazas y cuelgan de sus balcones. De los acerados lagos que la rodeaban ni rastro.

18.9.07

otoño

El granizo repiqueteaba en las aceras resecas. La lluvia y el viento con sacudidas de otoño han dejado las aceras cubiertas de las hojas verdes de los castaños de indias. Millares de hojas cuarteadas y estrujadas amortiguan los andares presurosos de los que caminan dispuestos a no llegar tarde.
Ahora que las noches son frescas, muy frescas, el ruido de los pasos suena puntiagudo, amarillo limón como los gritos de las ratas acorraladas. En las calurosas noches de verano apenas puede escucharse, suena lejano y cansado, olvidado. Cualquier sonido lo oculta: el sstsstss ondulado de las cortinas de gasa roja revueltas por la brisa madrugadora, el rssrssr de la nevera mal cerrada, el trasclactras de la puerta del vecino que acaba de llegar.

12.9.07

tormenta

Esta tarde el cielo se ha vuelto gris, cuánto más gris, más abrasador. Me he sentado en el balcón a esperar, con el estómago encogido y la cabeza saturada de latidos quisquillosos. Un estornino de alas dulces se estrella contra el cristal de la ventana de enfrente; el primer trueno de la tormenta oculta el gemido del golpe; desnucado, se estampa sobre la acera. Los relámpagos tersan mi estómago, el olor a tierra mojada apaga el hervor neuronal. La lluvia lava los dedos de mis manos. El día se descuelga por el canalón de la fachada.

7.9.07

noche cerrada

La madrugada era inquieta y delgada, a las siete menos cinco tocan a misa en la iglesia de María Mediadora. Los estorninos despiertan libertinos, revueltos en sus refugios improvisados en los árboles del paseo y en las antenas de Telefónica. Por las aceras mojadas y vacías ni un alma acude a la llamada eclesiástica, ni un paso resuena en la calle de La Esperanza.

A las siete y veinte una sirena ulula impaciente en la calle sin semáforos. Ahora los estorninos pían excitados y temerosos, gritan alocados desde sus guaridas nocturnas, despiertan a madrugadores y remolones. La mujer cereza revuelve el café y toma aliento en su cocina de azulejos salmón, otra vuelta más a la cucharilla. "¿Será un centauro, la diosa Merytseguer o una sirena?". Sin embargo no logra imaginar el embrión híbrido creado de una célula humana y un óvulo animal.

En el atardecer caluroso, entre cantos de sirenas, semáforos en rojo, pasos agitados y el sonido de los cauchos contra el asfalto recalentado, los trinos de los estorninos saben a madrugada.

4.9.07

en provincias

Es lo bueno del TALGO; pude leerme de una sentada el librito del señor Umbral. Allí en mi asiento de ventana plana, con los auriculares a modo de barrera aislante, con la mirada ausente clavada en el secarral zamorano, en las montañas verde azuladas de eucaliptos, o con vistas al volvía a sentir el tacto áspero del uniforme colegial. A lomos de los chirridos acerados de las ruedas del tren viajaba en ruta serpenteante hacia los olores de aquella época de "tedio y plateresco": el olor del pupitre con tapa de formica, de la goma Milán de nata, de las manchas de tinta china en la madera, del pegamento y las carpetas de plástico.

"Del fondo del pupitre te viene todavía el aroma de la infancia, el olor del pecado... No eres sino, quizá, el desarrollo y la propagación de todo lo que contenía, revuelto, el fondo de tu pupitre. Llevas en el alma, llevas por alma un fondo de pupitre escolar con libros prohibidos, películas prohibidas y nombres prohibidos. ... y ahora, naturalmente vives en la pura transgresión, vives la transgresión..."

"Qué llama blanca cuando todavía conservabas el cristal puro, cuando tornabas a tu reclinatorio con la cabeza baja, las mejillas encendidas, las manos juntas, los pies torpes, los ojos cerrados y el corazón fuera de sitio. Pero la noche, oye, la noches te trabajaban, la luna era la sutil visitadora de tus desvelos, y lo que ganabas de día lo perdías en el sueño o en la vigilia. Ibas para santa, para mártir, para virgen para beata o abadesa, pero estaban las noches". Carta abierta a una chica progre. Francisco Umbral.