29.5.11

la señorita Nicotina

Se fueron a almorzar a un restaurante donde les dieron huevos a la Malmaison, pollo con gelatina, crema de guindas, helado y un disgusto espantoso, porque la cuenta subió que más que Napoleón después de la campaña de Italia.

Acabó el almuerzo, ella se dio a conocer. -Me llamo Nicotina -dijo.

-¿Cómo? ¿Eres tú Nicotina, la famosa Nicotin: la que envenena, la que infiltra en el organismo, la que destroza la garganta y los bronquios, la que llena extraños tatuajes los pulmones, la que hace perder la memoria, la que ensucia el estómago, y arruina la salud y el bolsillo?

-Yo soy -murmuró muy bajito-. Pero, ¡bah!, han exagerado mucho. Se hacen furibundas campañas contra mí... y créeme: no soy tan mala como parezco. Amo hasta la vejez a miles de hombres sin que les ocurra nada malo. Esos mismos médicos que despotrican contra mí, me adoran. Porque soy la mujer más deseada del globo... millones y millones de hombres me rinden culto.

-Pero tú les intoxicas.

La señorita Nicotina sonrió y repuso dulcemente:

-¿Y que amor no intoxica, amigo mío?

Y él sintió la comezón de probar un amor que de tal manera fascinaba a los humanos, y exclamó en un susurro delirante, con el delirio arrollador propio de los adolescentes:

- Nicotina, Nicotina...

Diez minutos después tuvo el primer vómito.

(.../...)

-Pues bien: soy muy desgraciado, Nicotina...

-No sufras, pobrecito mío. Aquí me tienes a mí. Ámame.

En cuando a Natalia, yo la daré un buen cáncer de laringe en castigo a su estupidez.
Es verdad que su amor le hacía siseo por meses y le producía una tos que le facilitaba pintorescamente la expulsión de los bronquios, pero él le perdonaba eso con gusto.
Hasta que un día... ¡Oh! ¡Él no lo habría creído jamás!
Un día la llamó y Nicotina no acudió:
No acudió Nicotina porque él no tenía dinero.
Hasta entonces siempre había creído que la señorita Nicotina era no veneno.
Pero aquel día empezó a sospechar si la señorita Nicotina no sería una tanguista.

Ventanilla de cuentos corrientes. Enrique Jardiel Poncela.


(A la señorita Pajín para su campaña antitabaco)

23.5.11

el silencio






Hay un silencio blanco que duerme bajo mi almohada.

Un silencio verde que llena mi boca, la adormece y aleja las palabras.

Un silencio que extraña la sed, que quisiera besar tus labios sin dejar huella.

Un silencio que estremece el corazón, irrita mis pesares y despierta la ira escondida.

Esta ira sin dueño desperdigada por las esquinas del querer.

19.5.11

venecia

Se respira una brisa de tarjeta postal.

¡Terrazas! Góndolas con ritmos de cadera. Fachadas que reintegran tapices persas en el agua. Remos que no terminan nunca de llorar.

El silencio hace gárgaras en los umbrales, arpeiga un "pizzicato" en las amarras, roe el misterio de las casas cerradas.

Al pasar debajo de los puentes, uno aprovecha para ponerse colorado.

Bogan en la Laguna, "dandys" que usan un lacrimatorio en el bolsillo con todas las iridiscencias del canal, mujeres que han traído sus labios de Viena y de Berlín para saborear una carne de color aceituna, y mujeres que sólo se alimentan de pétalos de rosa, tiene las manos incrustadas de ojos de serpiente, y la quijada fatal de las heroínas d’Annunzianas.

¡Cuando el sol incendia la ciudad, es obligatorio ponerse un alma de Nerón!

En los "piccoli canali" los gondoleros fornican con la noche, anunciando su espasmo con un triste cantar, mientras la luna engorda, como en cualquier parte, su mofletudo visaje de portera.

Yo dudo que aún en esta ciudad de sensualismo, existan falos más llamativos, y de una erección más precipitada, que la de los badajos del "campanile" de San Marcos.

En Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922). Oliverio Girondo.

Al fin he encontrado mi alma gemela. Lástima que lleve muerta 44 años.

12.5.11

milena



Todos los jueves, con el último mordisco en la boca y el yogur esperando sobre la mesa, suena un timbrazo cauto y escueto en la puerta de mi casa. No hace falta que mire el reloj, son las cuatro. Milena llama a mi puerta, y espera paciente con la bolsa repleta de sus herramientas: guantes, zapatillas, un viejo vestido de franela con flores marrones y verdes.

Milena abandonó a sus enfermos del viejo hospital de Cracovia, las noches en blanco cargadas cloroformo y lamentos; guardó sus vestidos demasiado abrigadores para el caluroso verano del Sur; regaló el gato a su mejor amiga; devolvió el violín a su padre y, tras varias vueltas de tuerca, decidió acompañar a Tomasz en la nueva aventura.

Sin mediar palabra, comienza sus tareas con orden y quehacer minucioso: pone la lavadora, recoge los restos de mi desorden, limpia las habitaciones, sacude la alfombra de bolitas de colores –es su favorita, lo noto-, y coloca de nuevo los libros, los recortes de periódicos y los discos en el mismo desorden para que no me pierda. Con precisión programada, a mitad de faena se permite un respiro: se sienta en la cocina, fuma un cigarrillo y come un plátano: “En Polonia, erran muy, muy carrisimos”, me aclaró con ojos azul opaco, la primera vez que la vi con el plátano en la mano. Después de su dosis, cargaría con el mundo a sus espaldas. Termina la cocina; busca un extra en la lista de tareas domésticas más tediosas –los cristales, sin ir más lejos- y se pone a ello con tal ahínco como si la capa de polvo nos impidiera ver la ciudad. Por último, plancha los trapitos sin una arruga, con tal rapidez y tino que me tiene sobrecogida. Milena nunca tiende la ropa interior en el tendedero del patio de luces, prefiere el radiador de mi habitación para las bragas y sostenes.

9.5.11

venecia




Que profunda emoción recordar el ayer
cuando todo en Venecia me hablaba de amor
ante mi soledad, en el atardecer
tu lejano recuerdo me viene a buscar
que callada quietud, que tristeza sin fin
que distinta es Venecia si me faltas tu


Venecia sin ti.
Charles Aznavour

5.5.11

terrazas

Teníamos los brazos fríos, el viento ojeaba los manteles azules de las mesas. El atardecer aupaba el brillo de la noche hasta las paredes de piedra. La luz de las farolas tamborileaba sobre las espaldas de los transeúntes, sus pasos borraban las huellas sobre las losas de la calle Meléndez. El hombre sombra fuma y espera a la puerta de la joyería.


2.5.11