25.7.07

Mi amiga Luchi se ha salvado por los pelos; apenas dos centímetros a la izquierda y uno de los topillos aterriza en su escote. Es lo malo del oficio de quitagrapas funcionaral, uno está expuesto a las iras del público sin chaleco antibalas, ni casco. Ha sido tal su shock que lejos de cabrearse con los agricultores protestones que fueron a darle la mañanita al señor de Vega en su Delegación, ha caído de bruces en una especie de síndrome de Estocolmo que los defiende a capa y espada.

-Imagínate miles, que digo millones de topillos a carreras por las calles de tu pueblo, comiéndote los gladiolos, asomando entre las tiras de las sandalias... Yo no podría vivir. Así están los pobres por Las Villas... Y en Peñaranda no se puede ir a la piscina, al menor descuido te suben por el muslamen.

Una que volvía de la limpita Ámsterdam, no estaba para guarradas. No lograba imaginar manadas de roedores retozando en los parques, tomando la fresca o pasando la tarde en la piscina. Con el nervio aguijoneado pensando en el concierto del amigo Brian Ferry unas horas más tarde, los roedores me parecían de otro mundo, de un mundo medieval temeroso de la peste.

En el escenario del nuevecito centro cultural Miguel Delibes, puntual como un inglés y hecho un dandy apareció Mr. Ferry -tan sexy con su ojo medio caído y piernas de vértigo- acompañado por ocho músicos de todas las edades y dos chicas en los coros. Hora y media de concierto en la que nos transportó a los años de Roxy Music con su famoso Avalon, y aún más atrás con las versiones de Knockin’ on heaven’s door o The times they are a changin’ del gran Dylan, a sus canciones melodiosas como More than this, a las más cañeras como Let’s stick together, para una vez que comenzó el baile de su público madurito y entregado cantar aquello de Don’t stop the dance, y ya pudimos dejar de bailar en escaleras y butacas. Solo una ausencia su versión de Falling in love again.

Al volver del concierto, aún con la miel en los labios, a cada poco un topillo solitario y audaz cruzaba como una bala la autovía de Castilla. ¡Son ellos ya están aquí! Los primeros avezados explorando nuevos territorios que esquilmar; directos a mis bulbos de tulipanes, o peor a mis canillas.

16.7.07

un final inesperado

En Amsterdam uno consigue sobrevivir a duras penas a las bandadas de bicicletas pero es imposible sustraerse a la mirada de Vincent en su museo de la Paulus Potterstraat. Sus variopintos autorretratos: con o sin sombrero, con la barba más corta o larga, rubia o rojiza; siempre esa mirada turbadora, inquieta, voraz y obsesiva. Una mirada que se clava y traspasa, huella de esa obsesión que le consumió durante los diez años que Van Gogh dedicó a la pintura, y que le llevó a pintar miles de cuadros, entre pinturas, dibujos y acuarelas; más de doscientos se conservan en el museo de Amsterdam.

Nunca había visto sus cuadros, tan sólo reproducciones en tarjetas o libros. Su fuerza me ha dejado atontada, golpeada, como si un boxeador me hubiese noqueado después de un largo combate de más de dos horas y trece asaltos. He descubierto sus delicados paisajes de inspiración japonesa. Sus amarillos veloces y radiantes, en su barba, en los girasoles, en la casa amarilla, en el campo de trigo, recuerdan el suspirar de fuego que diría Machado, contrastan con el azul profundo y candente de sus cielos y el negro amenazante de los cuervos en el Campo de trigo con cuervos, que transmite la lejana cercanía de la muerte -tal vez la suya, fue pintado el año de su suicidio: 1890-.

La sorpresa de Amsterdam no fueron sus canales, ni los coffe shops, ni el mercado de las flores, ni su millones de pilotes ocultos entre el fango que sostienen sus centenarios edificios; mi gran sorpresa fue Los comedores de patatas, ese tenebroso cuadro de Van Gogh, desconocido para mí, que recuerda a las pinturas negras de Goya. Sus gestos sombríos, afilados, sus ojos saltones demasiado abiertos que parecen salirse del cuadro y atraparnos en su vida miserable. Comedores de patatas entre las sombras de la noche, devoradores hambrientos como los topillos que, cual plaga bíblica, roen insaciables los campos de patatas de la vieja Castilla.

5.7.07

¡oh, esto parece el paraíso!



Hoog Straat. Rotterdam


"Su modo de ser era tan sigiloso que parecía una criatura invisible".
Gabriel García Márquez.

2.7.07

¡oh, esto parece el paraíso!





Av. Victoria Regina. Bruselas.


"Había conocido muchas mujeres cuyas negativas eran transparentes".
John Cheever