21.9.06

el fin del verano

Después de las lluvias de la semana, cuando ya lo creía todo perdido ha vuelto a hacer calor, y trato de aprovechar los últimos días de verano. Los pies sin esfuerzo, ligeros y menudos, me llevan a la ribera del Tormes, a lado del Casino. Muy cerca del falso muelle sobre el río, tumbada sobre un césped poco esponjoso y con los juncos a modo de biombos entre el agua y yo, apuro uno de los últimos cigarrillos que me quedan. Como se notan los días..., son las ocho y media, casi de noche. Las luces del puente de hierro estrechan las farolas en un último abrazo de despedida. Una rata asoma el hocico entre los juncos, calada hasta los huesos se recuesta a lomos de un bote de coca-cola y observa con curiosidad mis alpargatas rojas. Detrás de una bolsa de cheetos aparece con paso corto y desparpajo de paseo de domingo una rata de pelo negro reteñido colgada del brazo de un murciélago escuchimizado y ojos achispados. Las amigas se acercan y saludan con el rabo en alto.
-¡Anda!..., pero que novio más feo tienes -le larga al primer golpe la rata ociosa.
-Sí, pero es piloto -le responde engatusada la rata enamorada.
De tal respingo, la rata ociosa me clava el morro envidioso en el empeine de la alpargata roja de ira.

19.9.06

charri ferias/2

En la rueda de prensa post-ferium mi Lanzarote estaba exultante de gozo, aunque lo veo más grueso, va a tener que cuidarse o lo presiento envejecer aún peor: las calles abarrotadas, participación de público a manadas contra las que no pudo ni Eolo, ni el fresco reinante, los espectáculos de calle: un éxito. Claro que no me preguntó.

Querido Darco: fue el año que menos fiestas me he tragado. Por haches o bes, más bien por los último -estaba en pleno descubrimiento de casetas en la plaza de Colón- y luego por haches, no vi ni un espectáculo de Etnohelmántica, tan solo dos canciones de Eliades Ochoa, que me supo a poco para echarme un bailesito. Las casetas, la verdad, acabaron empachándome con tanta sobredosis de olor a carne requemada con aceite perrero por todas las esquinas.

Y lo que más me interesaba, la Crakow Klezmer Band, que figuraba en los avances de la programación, al final no ha tocado para mi desconsuelo. Un polski me los había recomendado con pasión, augurando un buen concierto de magníficos y jóvenes músicos. Así que me he quedado escuchar su homenaje a Bruno Schultz con canciones de John Zorn.

Lo más desternillante de las ferias, la cena en Tormento con mi amigo el rubio, que desayuna en Plutón, rodeados de chicas que despedían su soltería -había cuatro futuras ex dispuestas a calzarse el velo ya mismo-, y con una travesti de madrileña con un desparpajo castizo tan grande como la barriga, que no paraba de meterse con las novias y todas las demás, y ellas tan contentas... ¿¡?, que cantaba -en play back, se entiende- aquello de "Será maravilloso, viajar hasta Mallorca..." con unos leggins de leopardo y un plataformón dignos de las drag neoyorquinas de los 70. En fin, espectáculo de boda sin hombres apenas en las mesas.

Eso por la noche, y a la mañana siguiente me cruzo con una fornida avanzadilla de la Scottish Army con falda de franela y sombrero de piel de mamut, la British Airways Pipe Band, que me provocan tal sofoco que no paro de abanicarme y estoy tentada de llamar a los bomberos para que los refresquen. Seis rúas más abajo me topo con los campestres y jóvenes mozos de la Fanfare Celeste, Les Enjoliveurs, más fresquitos y musicales con aires de jazz y menos raciales, o folk en políticamente correcto, que hicieron temblequear los pies a una afrancesada como yo.

16.9.06

charri ferias/1

Mi canción favorita de Loquillo era: "Yo para ser feliz quiero un camión, llevar el pecho tatuado..., a las chicas meter mano...", que tiene un toque canalla-truck que me pone. Y de aquella suspiraba por sus largos, largos huesos, por su gesto de: "Nena, no me toques...", por sus americanas y sus pantalones pitillo, por sus maneras de fumador con savoir faire, y por aquel modo de agarrar la cebolla del micrófono con fuerza y desgana, con tal ímpetu y que parecía dispuesto a clavársela hasta la garganta -¡qué sexy, por dios!-, y todo esto mientras cantaba aquello de "Pégate a mí...". Toda esa concentración de chulería cantarina, me seducía, no podía evitarlo -de aquella eran mi perdición los tipos distantes, que miraban de soslayo y seguían su camino, eso sí a paso lento para dejarse hacer "En las calles de Madrid"-, y yo quería caer en los brazos de una rock and roll star, mudarme a "Barcelona ciudad", y enloquecer con "Chanel, cocaína y Don Perignon".

Aunque no llego al grado de fan suprema de mi Lanzarote, que ya nos dejó bien clarito en El Adelanto que él no se perdía el concierto de Loquillo -la verdad, no deja de sorprenderme este hombre-, pero no fue o no lo vi para su desgracia y tranquilidad de su señora; estaba dispuesta a bailar el "Rock suave" pegada a su trasero. El que no faltó fue mi querido estanquero, allí estaba en primera fila con su flequillo ladeado enfundado en su pantalón de cuero ajustado de mediados de los 80, ¡todavía le caben!

Esa noche Loquillo no cantó ni "Quiero un camión", ni "Madrid" -otra de mis favoritas-, pero sigue tan chulo como siempre, con las americanas en su sitio y el pantalón bien plantado, y unas tablas que dan para todo un concierto. La verdad, todo hay que decirlo, el niño envejece bien... Una pena, ahora que ya no bebo los vientos por los chulangas. C’est la vie mon ami.

11.9.06

nostalgia


De vuelta a casa el aire denso y cálido de la calle Compañía seca la capa de musgo que me ha crecido con las lluvias y aires otoñales de Cracovia. De la energía serena y traslucida del patio del Castillo de Wawel, que penetra por los poros con pinchazos de seda, al bullicio chirriante y grasiento de las casetas de feria. Estoy contenta por recuperar el calor, olvidarme del paraguas y de los charcos en las aceras. Durante estos días polacos me entristecía levantarme y mirar aquel cielo gris, volátil por el viento del norte, oscuro de otoño y con las hojas de los castaños de indias cubriendo las aceras y los jardines. Era agosto y ya no me apeaba del paraguas y el jersey de lana. Un invierno infinito por delante. En unas horas de las calles de Varsovia amplias y silenciosas a este jolgorio de patio de vecinas, abigarrado y con olor panceta y carne de verano reseco. De las plazas y las calles repletas de puestos flores, con girasoles, rosas de todos los colores, de tallo largo, corto, en bouquet o por cuentagotas..., a las rúas de piedra tostada, sin flores en los balcones. De los coquetos restaurantes de Cracovia, con sus velas y búcaro con flores en las mesas, a este sistema de barra y tentetieso. De las cuevas de jazz de Varsovia o Cracovia en las que músicos inagotables nos deleitaban tocando horas y horas a nuestros bares vociferantes de música enlatada.

Sentía nostalgia del sol en pleno agosto, de los brazos desnudos y de las noches de luna con poca ropa. Ahora que siento nostalgia de las flores en cualquier esquina, del olor de las manzanas que se pudren sobre la hierba mojada de la plaza de Kazimierz, de los músicos apasionados que calentaban las noches de los clubs.