21.6.11

21 de junio

Es una mañana sin tropiezos ni nubes. El atasco de Álvaro Gil se estampa sin remedio sobre los vehículos agitados y las manos impacientes y los pies a la deriva. La sombra de tu casa tiñe de gris la calzada. Una brisa agradecida no ayuda a arrancar. Los pies han encontrado su hueco, avanzan perezosos. No hay rostros tras los cristales. El río se cuela sobre el lecho del Tormes, roza los juncos y las barcas resbalan esponjosas. El aroma de la noche llega más lejos en verano.

13.6.11

telaraña


Tanta expectación con la telaraña sobre la plaza Mayor: que si el Ayuntamiento deja, que si no deja, que si Patrimonio, que si peligro para la Plaza. Tanto peligro, tanto peligro para los balcones, que al final nos ha resultado una telaraña pervertida y poco peligrosa. Tal vez peligro para los tímidos charrilandes al ver la que se le venía encima. Ese tejido de hilos pringosos que se pegaban a la naricita, las mejillas, los pantalones, el pompis o el muslamén, que se deslizaba a cuestas sobre nuestras cabezas gracias a las manitas de los presentes, era incómoda o juguetona según los gustos -algunos continuaron la noche con melenonas hasta la rodilla, naranja Hare Krishna-, pero nada más. Alguno hubo que huyó despavorido al verse bajo el tejido resinoso que lo amparaba.

10.6.11

JETT LIVE



10 de junio, casi las doce de la noche. Más templado que las últimas noches. Los diablillos obscenos del remate de la fachada del Hospital de Estudio aprovechan la algarabía estudiantil para achucharse entre los focos, besarse tras la puerta del Patio de Escuelas, y fornicar bajo el escenario. Renate Jett los abraza con su voz tornasolada, envolvente, serena como la nieve que cae sin viento; y los jadeos de los músicos excitan su pasión. Algo así necesitabamos después de toda aquella rabia y tanta violencia de Shalala - Erna Ómarsdóttir en el teatro de Caja Duero.

6.6.11

bye, bye love




Como bien habrás notado, estos últimos días la pena y la desolación invaden mis orillas. ¡Qué va a ser de mi sin Él? Camino perdida, estremecida por las orillas del Tormes. Me siento en la plaza del Comercio -su gran obra colosal de emperador romano-, admiro sus columnas y estrecho mi mejilla en la columna faraónica.

En las madrugadas de insomnio, una desolación lunática me conduce a la Plaza y como una yanqui extraviada paseo delante del Ayuntamiento. Delante, atrás. Atrás, delante. Paso largo, lengua mustia. Un ansia espolea el corazón, esperando una luz en la ventana de su despacho que me consuele y me conduzca de nuevo a casa. Ya quedan pocos días. ¡Cómo añoraré sus exabruptos y palabras por los codos! El sábado se cambiarán los bastones, sonarán las campanas, voltearán las banderas, Milanzarote dejará la Mariseca a la intemperie y nunca volveremos a verlo en la procesión, con su medalla de
Alcalde-milagro. Ya nada será igual.