24.3.13

ramos de domingo




Desde la ventana  veo el  sauce llorón con ramas colgantes tachonadas de pequeñas yemas verdes. El viento las arrastra. Un trago de café y dos magdalenas. El frío en la garganta.   Nubes grises de acero estriado. Un chaparrón. Cierzo sin respiro. Sol en cubitos. Inquietud. El vestido planchado, la chaqueta con etiqueta, los pantys negros estirados sobre la cama.  Un ramo de olivo en la maceta de los narcisos.  Gotas de lluvia en el viento. Las botas bajo la cama. Comida vegetariana para un domingo de ramos. Periódicos en la pantalla: ¡La borriquilla  sale en procesión!  Qué tranquilidad. Un respirar… Recojo la ropa, cuelgo el ramo de olivo en el balcón. Suena el teléfono. ¿Vienes al cine? Los amantes pasajeros nos esperan. Ya puedo irme al cine.

20.3.13

primavera







Calle del Silencio, 5:50 am,  -1 bajo cero.  Los besos inesperados en la noche de luna creciente. Sábanas mojadas.  Sueños infames.

Plaza de Anaya, 12:02 pm,   11 grados. El recuerdo de tus caricias  se esconde bajo el cabello revuelto.  Astronómica primavera.  El crotoreo ruidoso de las cigüeñas impide escuchar tus deseos. El verde distraído de cipreses derrama el castigo de la conquista fácil.


Calle de las Úrsulas, 22:17 pm, 7 grados. El frío baja del cielo. Las puertas del convento esconden las vírgenes de luto. El placer no viene a cenar.  



7.3.13

lluvia, martini y ella







Lo bueno del invierno y las tardes de lluvia: la culturilla que se cruza en los charcos.

“Fue  Murdock Pemberton, agente de prensa teatral, quien al enterarse de la pasión del señor Woollcott por los dulces,  le había hecho probar las pastas del  Algonquin. El señor Woollcott fue quien llevó después a sus  amigos al Algonquin, donde se encontraron con el señor Benchley, al que conocían desde antes de las guerra. El señor Blenchey se encargó de presentarles al señor Sherwood y a la señora Parker.  
Lo que contemplaron aquellos hombres fue a una mujer pequeñita que llevaba el pelo recogido en una especie de pila en lo alto de la cabeza… Su voz era la de una jovencita bien educada, suave y deferente. Al hablar, tenía la costumbre de posar una manita en el antebrazo del interlocutor, y de mirarlo desde su escasa altura con aquellos ojos enormes, que de inmediato suplicaban su comprensión y le aseguraban que su comprensión era para ella lo más importante del mundo.  Llevaba una boa de plumas que se metía siempre en los platos de los demás o se le quemaba con los cigarrillos  (alguien dijo que era la única boa que cambiaba de plumas),   y esta desafortunada boa, y los lazos de sus zapatos, y el hecho curioso de que la ropa chic y cara que vestía no parecía del todo adecuada para ella, acrecentaba la impresión general que creaba. Era una impresión de inocencia, completamente femenina y completamente indefensa. Era el tipo de mujer que provoca en los hombres el deseo inmediato de tomarla entre sus brazos, de consolarla, de protegerla y de asegurarle que todo saldrá bien.
Todo esto ya era de por sí bastante seductor, pero lo que realmente fascinaba a estos hombres ingeniosos y dicharacheros era que la señora Parker necesitaba tanta protección como un avispero. “
Dorothy Parker. La importancia de vivir.  John Keats

Se ha encendido la señal. Comienza el descenso. No hay niebla. 39 º F. El Hudson brilla verdoso. Amanece. Los árboles de  Bryant Park recogen las gotas de niebla. Las ratas ya no caminan por Suffolk street. Los puentes se descuelgan. Ruge el camión de la basura, doy media vuelta, me caigo del sofá sobre una copa de martini; sonará el despertador.