28.1.09

Como era un domingo frío, de viento alocado que revolvía el pelo y levantaba los copos hasta las nubes, me fui a pasear por la orilla del Tormes, a la zona de entrepuentes. Cuando los copos volteaban unos tras otros histéricos, me refugié en el Museo de Automoción. Un edifico feo y desgarbado al lado del antiguo molino de harinas.

En el museo hay coches por un tubo -mi hermano quedaría subyugado- incluso antecedentes remotos de nuestro imprescindible cuatro ruedas: nostálgicos Topolino de las películas neorrealistas italianas o el 1500 del desarrollismo patrio.

Uno de mis favoritos es el precioso Mercedes-Benz 320 descapotable traído a España por el cónsul alemán en Sevilla durante la guerra civil. Ahora en el museo bien cuidado y a salvo de balas, pero tal vez antes había venido a la ciudad. Tal vez Salamanca no es nueva para él. Quizá ya había estado aquí cuando los alemanes tenían su cuartel general en el Palacio de Orellana. Quizá paseó a Carmen Polo por las calles cercanas al Palacio Episcopal o la plaza de los Bandos en busca de algún anticuario o joyero. Quizá trasladó al señor Millán Astray con su parche de pirata al aula magna de la Universidad para pronunciar su airado discurso. Quizá escuchó las palabras de Carmen Polo al tuerto de La Coruña para que no enviase al pelotón de fusilamiento al señor Unamuno. Quizá, incluso, fue testigo de los jadeos lujuriosos del tuerto y la cupletista de moda.

23.1.09

-Rubia, ¿ese tipo de la mesa, el que lee el periódico no te suena de nada? No te quita el ojo. -Susurró Misombra semanas atrás. No lo conocía de nada pero el aviso y su buena planta me sirvieron para echarle un par tejos, una tarde de café sosa e invernal.

-¿Has visto ese Ford Mondeo plateado? Lleva bastante rato detrás de nosotras. -Apuntó nerviosa una tarde que volvíamos de Peñaranda.

-Ese coche blanco lleva más de una semana aparcado en el mismo sitio, ahí enfrente ¿lo ves? -me informó a los pocos días. Será de algún vecino, pensé.

-Este fin de semana, que me has dejado tirada como de costumbre, te han llamado no se cuantas veces pero no han dejado mensaje. Esto no es normal. -Me contó con aire de reproche Misombra.

-Hoy han llamado varias veces al timbre. Primero en el telefonillo y luego en casa. Y yo aquí sola guardándote las espaldas. Niña, esto ya pasa de la raya, demasiadas coincidencias. -Se apresuró a anunciarme nada más llegar del trabajo. Empiezo a preocuparme.

Han abierto mi buzón, dentro no queda nada ni un papelillo del Pizza Hut. Se lo cuento a Misombra que corre alterada pasillo arriba, pasillo abajo, gimoteando:

-Te lo dije, te lo dije. ¡Nos vigilan! ¿En qué andas metida? Nunca me haces caso y así te va.

Tengo una pesadilla espantosa. Camino por la avenida de Portugal, otra vez en obras, no hay más que zanjas, barro, tuberías tiradas y vallas por todas partes. El hombre del bar me sigue los pasos. Siento su aliento en la nuca, y sus manos rebuscando entre los papeles de mi cartera. De repente me empuja a la zanja. Una tubería rugosa y caliente se enrosca en mi garganta. Me despierto con un sofocón terrible con las manos en la garganta y la frase de la semana todavía repitiéndose en mi cabeza: "Quién vigila al vigilante".

19.1.09

traqueteos y recuerdos

Era un tren regional lento y sucio.
La mujer tendría unos sesenta años, con el pelo color paja reseca en pleno julio, la cara marcada por unas arrugas demasiado profundas para la edad que minutos más tarde acabará confesando.

-¡Qué pesado se hace este viaje! Fíjese yo vengo del AVE, Zaragoza-Madrid en una hora y quince minutos. Salí de Zaragoza a las 5 y a las 6 y cuarto en Madrid. Ahora a Salamanca casi tres horas. En el AVE se viaja estupendamente, no hace este ruido. Esto le levanta a uno dolor de cabeza.

-Yo vengo de Sevilla. Sevilla, Madrid en dos horas y media...! -Le contesta su compañero de fila.

Suena El Corral de los Mojinos Escozios en su móvil.

-Dime. No, estoy en el tren. A Salamanca...

(De un tiempo a esta parte, los pasajeros de los trenes se dividen en los que han viajado en AVE y los que no)

"Era un tren largo en el que lo habían metido aquella tarde. A través de la ventana la vio irse, alejarse, desparecer. Y de nuevo volvió a lo que había tenido antes de encontrarla. Ella ya no estaba allí, ni su cara, ni sus ojos, sólo había silbidos y ruido y un futuro en el que arderían ciudades enteras." Vida privada. Nina Berberova.

Hace años en un tren expreso París-Madrid con muchos túneles para arrullarse y demasiadas horas para no pensar, M. regresaba casada con Omar, un turco enjuto de pequeños ojos renegridos y asustadizos y pelo rizado al que había conocido un mes antes. Siete meses más tarde en otro tren muy largo, él volvía a París sin ella con un reflejo verde en sus pupilas, las manos gastadas y un tufo a aguardiente entre los rizos.

14.1.09

al abrigo de la escarcha

Todavía era de noche cuando Sara salió de casa. Los copos silenciosos se pegaban a su abrigo, y los pasos resonaban en el callejón de Entrerruas. Al llegar a la esquina vio pasar al autobús. Llegaría tarde. Tal vez ese fuese el último. Y tendría caminar hasta el polígono. Nevaba con rabia. En la calle no se veía un alma, sólo la estela de humo gris. Los operarios del servicio de limpieza pasaron con la máquina sembradora de sal. El banco de la parada de la línea del Cementerio era un carámbano. El frío se le incrustó en las nalgas. Los pies ateridos, los ojos abrasados y el paraguas sin cerrar. Un maullido helador y lloroso la sobresaltó. Bajo el banco, un gatito negro le clavó su mirada amenazadora.

El chirrido de los frenos y la voz cantarina del conductor la tranquilizaron. Amanecía pero el cielo no clareaba. Los copos prendidos en los limpiaparabrisas no dejaban de moverse con precisión de metrónomo: un, dos, un, dos... El semáforo de la Puerta del Ángel estaba en rojo. Un, dos, rojo, tres, cuatro, rojo, cinco, seis..., rojo, trece. El semáforo se abrió. "Y..., ya saben señores oyentes: hoy, martes 13, como dice el refrán: no te cases, ni te embarques." Recordaba en la radio un tertuliano de voz clarividente. Sara echó una última ojeada a la alianza, la arrinconó en el fondo del bolso y pulsó el timbre de parada.

11.1.09

luna llena

"¿Sabes? -prosiguió Gina- tal vez sea el amor a la larga lo que le vuelve a uno así de malo. Las cárceles de oro de los grandes amores. No hay nada que encierre tanto como el amor. Y estar encerrado, a la larga, vuelve malo a cualquiera, aun a los mejores."

Los caballitos de Tarquinia. Marguerite Duras.

¿Sabes? había luna llena, encima de las torres de la Catedral, redonda, fría, blanca, tan blanca como la nieve de esta mañana.

8.1.09

escritas


"Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío Es en este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él extraigo sangre. Soy un escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras: ¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada a lo hondo del pozo."

Un soplo de vida. Clarice Lispector

3.1.09

carta reyes magos

Queridos Reyes Magos:
Después de tantos años de fe callada, de plegarias ronroneantes, de listas insensatas, de creencias sin grietas, siento que la ingenuidad se ha ido a criar malvas. La culpa no es mía, pero a la vista está, los resultados cantan: nada de amores piadores, ni la felicidad a mordiscos –en tragos cortos y por puntos-, los picaflores carceleros acechan con sus pistolas de láseres paralizantes, y, por si fuera poco, los cuervos cenizos han tomado las riendas del planeta con sus augurios de crisis épicas.

Este año se acabó. Nada de chupitos, nada de dulces, ni agua para los camellos —quien se cree que, ahora, viajen en avión, bobadas—, nada de limpiar los zapatos nuevos, ni dejar los calcetines en el árbol. Voy a cerrar a cal y canto la casa, tapiar la chimenea, poner rejas en las ventanas. Dejaré sonar el teléfono, desconectaré el router.

Y pondré una nota que diga: “Estoy harta de timadores”. ¡Huy! Me olvidaba, tengo que limpiar los botines negros y ponerlos afuera.

emma b