25.7.06

la mujer de rojo


De todas las variantes de austrias, borbones y resto de mortales retratados en la exposición, El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, he elegido para llevarme a casa el retrato de Mª Luisa de Orleans. Esa cabellera negra de gitana desparramada sobre los hombros desnudos, la nariz grande y labios de petit suisse, los enormes ojos negros de mirada lánguida, el vello que sombrea la frialdad de su piel lechosa. El fondo oscuro del cuadro y la marcada androginia de sus rasgos en apasionado contraste con el rojo fulgurante de su vestido y los encajes blancos que bordean el escote palabra honor. Y en su mano un trémulo clavel carmesí desvela un corazón que suspira.

18.7.06

un pastiche veraniego: homero – cortázar


Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores, precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros desde que por primera vez se separaron tras haber reñido el Atrida, soberano de hombres, y Aquiles de la casta de Zeus.
Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el miedo herrumbra las áncoras.

-Viejo, que no te encuentre yo junto a las cóncavas naves, bien porque ahora te demores o porque vuelvas más tarde, no sea que no te socorran el cetro ni las ínfulas del dios.

Pues aquél, llegó a las veloces naves de los aqueos cargando de inmensos rescates para liberar a su hija, llevando en sus manos las ínfulas del flechador Apolo en lo alto del áureo cetro, y suplicaba a todos los aqueos.

-¿Qué más quiere, que más quiere?

-¡Oh Atridas y demás aqueos, de buenas grebas! Que los dioses, dueños de las olímpicas moradas, os concedan saquear la ciudad de Príamo y regresar bien a casa; a mi hija, por favor, liberádmela, y aceptad el rescate por piedad del flechador hijo de Zeus, de Apolo.

-No la pienso soltar; antes le va a sobrevenir la vejez en mi casa, en Argos, lejos de la patria, aplicándose al telar y compartiendo mi lecho. Mas vete, no me provoques y así podrás regresar sano y salvo.

Así habló, y el anciano sintió miedo y acató sus palabras. Cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. El tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

13.7.06

voyeurismo: el espíritu de nuestra época

Tres petirrojos en línea sobre la tapia del patio de luces me observan con la cabeza bien alta. Llevan varios minutos entregados a husmear tratando de desvelar mi intimidad. Sin pudor alguno y maneras de avezados tertulianos televisivos, comentan con gorjeos de sabelotodo lo sucios que tengo los cristales, que me estoy pasando con el tabaco... Y el que tiene pintas amarillas en la cabeza y la cola, apostilla con aire decidido adelantando una patita delgaducha y deslucida: "¡Anda que ya era hora de que lavase! Lleva seis días sin poner la lavadora."

Con rapidez acabo de tender la última camiseta, corro la cortina amarilla y les vigilo atenta con mi cámara esperando un paso en falso.

"...y el espectáculo consiste, sobre todas las cosas, en poder asistir a la otra intimidad. La intimidad del otro como correlato de aquella verdad mejor guardada. La degustación de lo secreto en cuanto sustancia todavía sin adulterar".

6.7.06

por los pelos

Lo bueno de mi peluquería es que no hay que pedir cita, ni esperar horas de siesta en sofás incómodos ojeando el tipito y los modelazos de las divas del cuché. Es una peluquería colorista en amarillo trigo requemado con listas verdes, azules y rojo inglés en las paredes; con huellas multicolores de la manos de Anita, Pedro, Silvia, Pablo... Los espejos de curvas sinuosas, ondas de mar transparente reflejan nuestros rostros demacrados bajo el pelo recién lavado.

Mi peluquero ronda los cincuenta. Es un tipo apuesto, de ojos verdes, patillas famélicas y dos pelos por perilla. Tiene una lacia melena rubia, bien cuidada, que voltea a un lado y otro con seducción, en agitados lances de manos huesudas, entre tijeretazos y trasquile de mechones. Viste en tonos pasteles: tostados, cremas, azulitos con floja discreción, y calza chancletas para lucir sus pies de dedos proporcionados en escala de sol.

Está empeñado en verme con el pelo cortito. Cada vez que voy, comienza el ataque. Yo me resisto -con lo que me ha costado llegar a mi melenón después de una eternidad con el pelo a lo flapper-: "No guapo, por ahora, no me trasquilas, aunque sea verano y todas las ovejitas hayan repudiado sus lanas merinas". Frustrado su deseo, acomete el corte de la melena a capas con arranque y precisión de maestro pastelero que no se amilana ante la flacidez del merengue. Clava su mirada en mi cabeza con vehemencia y yo me temo lo peor... Sin titubear, con dominio del instrumento, se lanza en picado sobre los pelos mojados. Yo persisto en mi empeño y le replico una vez más: "No las puntas, sólo las puntas, dos dedos nada más".

2.7.06

...

Es domingo. El egipcio ha echado la tranca al bar de la esquina: "Vacaciones del 2 de julio al 31 de agosto"; ya no puedo tomar mi aperitivo con pan árabe. El sol gratina los geranios raquíticos. La penumbra tuesta mi cuerpo a golpes de calor. Y yo..., con abanico y sin pantalla total.