26.2.06

de rebajas


Antes me gustaba ir de tiendas para dar rienda suelta a mi voracidad femenina de coqueta irredenta y, además, me servía de terapia –algo cara, eso sí, pero ¿cuál no lo es?- para quitarme alguna de esas espinitas que me clavan los chicos. Pero, ahora, hay algo más, los probadores de las tiendas de ropa femenina están repletos de hombres acompañando a sus mujeres. Y esa es una ocasión piripintada para echar unos tejos mañaneros entre espejos, olores a desodorantes, gasas y franelas, pies descalzos y aromas de opio o mandarina enlatados.

Uno de los especimenes más abundantes entre esta fauna de hombres que apacienta entre los pasillos y las cortinillas es el chico "yo pasaba por aquí y ésta me ha liado...". Este ejemplar se sienta a desgana en el taburete, le empluman el resto de las bolsas de compras y cuando la doña sale a enseñarse, mira sin mirar y no opina, asiente. Este sosito no contradice las observaciones de su señora: "Me queda flojo" pregunta observando la trigueña de gafas estrechas y culito respingón. "Sí, te queda flojo" contesta el hombre percha, sin añadir nada nuevo. Es del tipo de los que aprovechan para mirar de reojo, con nocturnidad y alevosía, a las otras que se contornean o lucen sus piernas hasta la ingle tratando de ajustarse el forro de la falda, y aguza el oído para escuchar el roce del forro con la piel de la chica canela que acaba de entrar en el probador de al lado.

Luego tenemos al tipo "hombre que todo lo sabe y todo lo entiende"; éste opina con fundamento, tiene criterio propio y sabe con exactitud y sin duda lo que le conviene a su chica. Éste es muy dispuesto, rebusca en la tienda, le trae la talla adecuada de la chaqueta chanel o la blusita que mejor combina con ese "pantalón que tan buena figura te hace", le hace desistir a la rubia de ojos negros de aquel pantalón de tweed que tanto le gustaba: "Sí, muy de moda esta temporada pero, nena, no te sienta, te hace el culo plano". Éste parece que se estudia el Vogue cada nueva temporada y permanece totalmente absorto en modelar "su" personal obra de arte y no pierde el tiempo mirando al resto de damas que pululan ante los espejos hechas un mar de dudas. Sus chicas los miran embelesadas pensando la suerte que han tenido en encontrar un hombre como éste que tan bien las entiende.

Y por último tenemos el tipo que las acompaña y aprovecha para adentrarse en ese universo de intimidad femenina expuesta impúdicamente a los ojos de otras congéneres de esa manera exhibicionista como se sólo se hace en los probadores. Este es un voyeur empedernido, mira dentro del cubil de su hembra, mira fuera a las odaliscas que presumen de ombligo y se suben la camiseta hasta el sostén para terminar de aclararse con el largo de la falda -sí una cuestión de perspectiva, me temo-. Y claro con tales remangues y visiones de refajos, combinaciones y otras lindeces de ropa íntima ellos son felices, recorren el pasillo, se acercan, se alejan para tener la perspectiva adecuada de su chica y de las señoras que se desnudan detrás de esas cortinas mal cerradas. El hombre voyeur está en su mundo y tan a gusto, su vista se eterniza en la duda y en el espacio: "No sé, no me acaba de gustar... A ver, date la vuelta... Súbete la falda a ver..." pero sus ojos se despistan al ver a la sueca de piel nevada que sale del probador con la blusa sin abrochar y el sujetador azul asomando por la ranura. "Pues yo lo veo bien, me gusta, no sé..." intenta aclararse la mujer del lunar en la mejilla. El hombre voyeur recobra el aliento y se centra al escuchar la voz impaciente de su chica: "No sé que te diga... A ver..., casi mejor que te quites los calcetines y ponte los zapatos..." le replica con voz sedosa y perdida al sentir el aliento cálido de la sueca detrás de la nuca.

21.2.06

cry, cry, cry


La mirada sobrevuela los tejados grises en una tarde de nubes bajas, melancolía y alambradas hasta el borde de los cielos. Los acordes lejanos de la guitarra y el bajo caldean mi pie izquierdo inquieto bajo el pantalón de franela negra. Las nubes retorcidas y punzantes, sin rumbo entre los enjambres de alambres de espino, detienen el tiempo en esta lluviosa tarde de invierno: I walk the line. Veloz como el tren de Jackson y limpia como un grito en los campos de algodón de Arkansas la mirada se acerca al perfil mustio y sin fisuras del guardián en la torreta de vigilancia que con calma y precisión gira su cabeza y su rifle hacia los patios de Folsom: The man comes around. Los acordes cada vez más altos se mezclan con los gritos, las palmas y los deseos locuaces de los reclusos uniformados de un azul sin pizca de cielo. Tengo la pantalla a tan sólo unos pasos y sus imágenes son mi retina. La oscuridad de la sala no deja lugar a los suspiros y desde la butaca rosa, hundida y algo desvencijada, un fugaz viaje en el tiempo me abandona entre un cargamento de hombres ruidosos y expectantes. La música y las voces, el ritmo encendido y cargado de los pasos sin salida de los hombres enjaulados cortan el ambiente en la habitación gallinero entre las miradas y los rifles de los hombres del alcaide. La hoja asesina de dientes redondos de una sierra de carpintero nos asalta en un primer plano al compás de los acordes de la melodía que no cesa, cada vez más inquieta como las manos y los pies de los reclusos de Folsom: Folsom prison blues. El hombre de negro encorva su torso y con los ojos fijos en los dientes de sierra recuerda su infancia, a su hermano Jack, los cantos religiosos de su madre y la amargura bañada en alcohol de su padre. Es el primer concierto de Johnny, también su primera grabación después de una temporada en los infiernos, y June, la de Ring of fire está con él, y Cash ha querido que fuese en esa prisión de máxima seguridad — después sería San Quentin— en homenaje y recuerdo a todos los presos que le han escrito y le ayudaron a recuperar el aliento tras la quema. Radiante y pletórico, The man in black sube a escena y, desafiando los consejos del alcaide, recuerda a los hombres de azul que son reclusos, les enseña con desprecio el vaso con el maloliente agua del penal, la arroja al suelo y comienza el concierto con el Cocaine Blues con June a su lado, siempre a su lado, hasta el final. JC murió el 23 de septiembre de 2003, unos meses antes había muerto June.

Durante más de dos horas "En la cuerda floja", del director James Mangold, nos atrapa en la vida y las canciones del señor Cash, genialmente interpretado por el señorito Joaquin Phoenix, y en su tortuoso y largo amor por la señora June Carter, que borda la actriz Reese Whiterspoon.

16.2.06

mal innecesario

Entrar un día de diario en los juzgados de la plaza de Colón resulta una extraña mezcla de colorido racial,idiomas y acentos encontrados, pelos atusados sin reparos de gomina, carteras de piel, y zapatos de chúpame la punta y tacón de aguja por centímetro cuadrado que te despierta de un plumazo, aún a las nueve de la madrugada, ante la perentoriedad de los plazos y de los considerandos expuestos a la vista de la audiencia. Entre el aire sahariano del ambiente, un frufrú de togas y vuelillos de encaje en blanco roto, que voltean los pliegues al aire recordando el orden de los alegatos y el chiste fácil que distraiga al testigo inconsistente, comparten baldosilla con un trío de hermanos de pelo al cepillo y melena grasienta que sin abjurar han depositado a desgana las navajas en la primorosa mesita del guardia jurado tras el consabido vaciado de bolsillos. Una vieja gitana de luto riguroso, pelo negro, arrugas tácitas e inmisericordes y ojos prietos, con un pequeño arrullado entre los restos de una toquilla que fue blanca, espera su turno en el banquillo y aconseja a Marifé por el teléfono móvil con desparpajo y por lo bajinis. El hombre del abrigo de pelo de camello con un toque más in que el rancio Loden, al que tan aficionados son en provincias, masculla entre dientes la irrefutabilidad de las pruebas señaladas en los escritos de su defensa mientras tantea con mirada caduca los gestos fácticos del magistrado que con imprudencia emergente abandona el ascensor de la derecha. Delante del ventanal acorazado que nos presagia el pequeño jardín japonés, una mujer de unos cuarenta y tantos, de formas exuberantes y plácida melena rubio botellín con jersey de canalé ajustado y pantalones de chándal rojo gira sus muñecas ab initio dentro de las esposas bajo la atenta mirada que con efecto retroactivo le imprime el guardia civil.

Testigos, reos confesos, leguleyos acicalados y presuntos culpables pasean el palmito en esta trémula mañana de febrero por la flamante nueva sede de los juzgados de Charri City apostada en el antiguo cuartel de la Guardia Civil convenientemente remozado, lustrado y puesto al día con ese toque de funcionalidad, mezcla de diseño zen y ahorro presupuestario en decoración de interiores, tan en boga, últimamente, en los modernos edificios administrativos.

14.2.06

carta

"Flor señora: Si los caminos de Dios con insoldables, no lo son menos los que yo me encargo de transitar en esta tierra. Aquí estoy, a pocas horas de llegar a las famosas factorías de las que nos habló el chofer que pasaba con ganado del Llano, y no sé sobre ellas mucho más de lo que nos contó esa noche de confidencias y ron, allá, en La Nieve del Almirante, que, dicho sea de paso, es donde quisiera estar y no aquí. [...] que es un río con más caprichos, resabios y humores encontrados que los que usted saca a relucir cuando el páramo se cierra y llueve todo el día y toda la noche y hasta las cobijas parecen empapadas. La otra noche soñé con usted, y no es cosa de que le cuente de qué se trataba, porque tendría que ponerla en antecedente sobre algunos personajes del sueño que le son desconocidos, y eso daría para muchas páginas. [...] Pero, volviendo al sueño, es bueno que le adelante que en él o, mejor, a través de él he llegado a darme cuenta de la importancia cada día más grande que usted tiene en mi vida y la forma como su cuerpo y su genio, no siempre manso, presiden los accidentes de aquélla y la ruina en que ésta suele refugiarse cuando estoy harto de andanzas y sorpresas. Claro que a estas horas, esto no debe ser ninguna novedad para usted. Conozco sus talentos de adivina y de hermética pitonisa. Por eso, ni siquiera me demoro en relatarle en detalle cómo me hace falta, en esta hamaca, sentir el desorden de su cuerpo y oírla bramar en el amor como si se la estuviera tragando un remolino. [...]Porque creo que, desde La Nieve del Almirante, usted ha ido tejiendo, construyendo, levantando todo el paisaje que la rodea. Muchas veces he tenido la certeza de que usted llama a la niebla, usted la espanta, usted teje los líquenes gigantes que cuelgan de los cámbulos y usted rige el curso de las cascadas que parecen brotar del fondo de las rocas y caen entre helechos y musgos de los más sorprendentes colores: desde el cobrizo intenso hasta ese verde tierno que parece proyectar su propia luz. Como ha sido tan poco lo que hemos hablado, a pesar del tiempo que llevamos juntos, estas cosas tal vez le parezcan una novedad, cuando, en realidad, fueron las que me decidieron a permanecer en su tienda con el pretexto de curarme la pierna. [...] No tengo mucho talento para escribir a alguien que, como usted, llevo tan adentro y dispone con tanto poder hasta de los más escondidos rincones y repliegues de este Gaviero que, de haberla encontrado mucho antes en la vida, no habría rodado tanto, ni visto tanta tierra con tan poco provecho como escasa enseñanza. Más se aprende al lado de una mujer de sus cualidades, que trasegando caminos y liándose con las gentes cuyo trato sólo deja la triste secuela de su desorden y las pequeñas miserias de su ambición, medida de su risible codicia. Pues el motivo de estas líneas ha sido, únicamente, hablarle un rato para descansar mi ansiedad y alimentar mi esperanza, hasta aquí llego y le digo hasta pronto, cuando de nuevo nos reunamos en La Nieve del Almirante y tomemos café en el corredor de enfrente, viendo venir la niebla y oyendo los camiones que suben forzando sus motores y cuyo dueño podremos identificar por la forma como cambia las marchas. No es esto todo lo que quería decirle. Ni tan siquiera he comenzado. Lo cual, desde luego, no importa. Con usted no es necesario decir las cosas porque ya las sabe desde antes, desde siempre. Muchos besos y toda la nostalgia de quien la extraña mucho."

La Nieve del Almirante. Álvaro Mutis.


Ella atrapó al vuelo uno de aquellos besos voladores y lo escondió en su achacoso corazoncito. El más húmedo lo colocó tras su oreja izquierda, las cosquillas y el frescor acariciarían su cuello. Los más pequeños envolvieron sus pechos desnudos. Los perdidos se refugiaron en los pies blancos envueltos en la niebla. Los olvidados la arropan y mecen sus sueños. Y enterró los besos robados en el fondo de su alma cual perro callejero.

10.2.06

viernesito querido:

Soy una mancha de aceite que trata de escalar las patas de la silla de la cocina para engullir de un trago el primer café de la mañana. Consigo sobrevivir maltrecha, arrastrándome correosa por entre las pulsiones del teclado y las palabras apelmazadas y contundentes de las resoluciones. Los ojos no soportan el peso de las pupilas encendidas por esta por esta noche desvelada a golpe de sudores y olores de roces entre nuestras volátiles pieles. Los párpados cargan con los estertores ahogados del placer caprichoso. El cansancio vela las imágenes del recuerdo de la noche del encuentro con tal fuerza arrolladora que resulta imposible encender la memoria entre la niebla de la confusión insomne. El cansancio aviva las pulsiones de un letargo de murmullos y manos que encuentran la memoria entre los poros de piel desalada de otro hombre sin futuro. Y la mano es la que recuerda otras manos, otras voces, otros pellejos y otros abrazos, y la mano viene de lejos, de muy lejos, cargada con un hatillo de sienes perfumadas y sabores entre las costillas.

4.2.06

el hotel de los líos


Mi querido Lanzarote ha tenido una semanita de éstas para torcer el bigote, afilar las garras y avivar la lengua de fuego para abrasar al primero que te roce. En fin... que si le da por montar un circo al pobre le crecen los enanos: los papeles del expolio —encerrados en la cajita acorazada de Carmen Calvo— al final viajaron de noche y bajo la atenta mirada del helicóptero a la tierra de Plá; la Audiencia de Salamanca rechazó el recurso del PP sobre el asunto de los anónimos poniendo verde al director del museo Casa Lis, y mantenía la responsabilidad civil subsidiaria del PP y Ayuntamiento de Salamanca -el auto habla de los envíos desde la sede del PP y del supuesto uso de datos del padrón municipal-; y, para rematarla, hoy mismo, se publicaba la noticia del auto judicial sobre el "business" del Gran Hotel, que asume los argumentos de Campo -constructor querellante por la estafa- y mantiene que el dueño, Francisco Gil, realizó dos contratos de compraventa: uno con el señor Campo y otro con el señor Curto -al que finalmente se lo vendió-, ocultando a los querellantes sus tratos con el amigo de mi Lanzarote. ¿Habrá salido a relucir en la instrucción esa afamada comida en que acabaron agarrando el maletín con el dinero negro y corriendo por las calles uno detrás del otro?

Bueno, bueno..., parece que se va caldeando la vida política en provincias -falta nos hace con tanta nieve por las esquinas- con la apertura del juicio oral por el tema de los anónimos, y cuando el señor Campo presente la acusación por la estafa en la venta del Gran Hotel. A mi Lanzarote sólo le falta que el proyecto de hotel en el actual edificio "Curto" con acceso directo desde el nuevo parking de Los Bandos también termine en los juzgados, y todos acabaremos como en la oca: de hotel en hotel y tiro porque me toca.

2.2.06

lunesito cruel

"Nueve bajo cero en Segovia, Burgos..., cinco bajo cero en Salamanca..., cuatro bajo cero en Ponferrada y Zamora...", recita con desidia el locutor madrugador de radio5 a las ocho menos tres minutos. Es lunes. Isabel Coixet está emocionada, medio lloriquea sin apenas acento catalán, y se lamenta porque no le han dado el Goya a Javier Cámara. "Le llaman Caye..." lloriquea el señor Chao en español con acento francés. Entre los fríos, la estupefacción y el ultimátum de Bush, y las amenazas veladas de Merkel por la victoria de Hamás, no consigo mover más allá de las pestañas. El temblor de la hora y las coacciones de los minutos tiran de mí fuera de la cama. Es lunes y son las nueve menos veinticinco. Hace más de ocho horas que no como pero estoy llena. Me tomo el zumo de naranja, las vitaminas y la amoxicilina, y el desayuno en el micro. "A las nueve y diez estoy encendiendo el ordenador". Abro la nevera y el bote con el preparado bronquítico de cebolla y miel me cae encima, rebota y llega al suelo. El pantalón, la camisa, todo fuera, modelito nuevo. ¡Minutos fuera! La fregona está congelada. El charco de la cocina brilla bajo los cristales de hielo después del fregoteo con los mechones amarillos de la fregona fosilizada. La nieve continúa prendida sin pinzas en el tendedero de la vecina invisible. Volvemos a empezar. Una tostada cae al suelo con la mantequilla pegada a la baldosa. ¡Minutos fuera! ¡Repetimos! Otra tostada para untar, otra que se parte en cuatro, el café congelado y asqueroso. Es lunes y son las nueve y diez: ya no puedo parar. Las revistas no caben en la cartera, el ascensor ha llegado tarde, la puerta está abierta y cerrándose... "¡Uhm!... Me faltan los dientes". Bloqueo el ascensor con la cartera; termino de pintarme los labios; la puerta del ascensor no deja de abrir y pararse, renquea entre enciendes y apagas; ya estoy dentro. Me he abrigado demasiado, casi no me sirve el abrigo violeta, y las botas me aprietan con tantos calcetines. En la calle respiro como un pato y camino trece veces por minuto, cuidando de no caerme. Mis gafas de sol me protegen de los rayos de nieve recién levantada que buscan el camino para acribillarme los ojos entre las azoteas soleadas. Es lunes, son las nueve y veinte, es tardísimo... La vida consiste en encender la mirada hasta pulverizarse los ojos.

"una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos"
Alejandra Pizarnik