26.7.09

cascabeles y olitas

Todavía no ha comenzado a calentar: Florita no le ha puesto la gorrita de béisbol verde a sus caniches, en pelota picada los lleva sin rebequita, ni abrigo. Con los ojos cargados de rimmel y labios chillones y el palmito azabache y azucena, Florita pasea calle abajo con sus perritos lanitas beiges. Ellos con sus cascabeles cantarines al trote tiran de Florita con brío y alegría: es sábado, han desayunado galletitas y corre una brisa apacible; y ella..., ella en cualquier momento comenzará a cantar: "Corre, corre caballito que a mi casa estoy llegando..." con voz de olitas del mar Muerto.

17.7.09

viernes kitch




"Oh Écoutez-Moi Camarade
Laisse tomber cette fille
Tu m'entends
Elle va te rendre malade
Et tu vas souffrir longtemps

Je sais bien que tu l'aimes
Tu lui as donne ton âme
Je sais bien que tu l'aimes
Tu lui as donne ton âme

Ne compte plus sur ses promesses
Elle t'aimera pas
Meme a cent ans
Elle t'a joue la double face
Elle changera a chaque instant"


Écoute-moi camarade.
Rachid Taha

4.7.09

la niña del foro

Sin un mar en las ventanas pecamos en nuestras ciudades de tierra adentro. Cierto que entre las callejuelas oscuras y malolientes del Raval, entre las piedras del Borne no vemos el mar al fondo, pero su fragancia está incrustada entre el feldespato y el cuarzo, sus vahos penetran la piel venas adentro. Paseando por el Barrio Gótico, entre las bandadas de walkirias y nens locales, camino del museo Picasso de la exposición de Van Klees, cerca de la plaza de Sant Jaume, en el patio de una casona sede de algo como muy catalán, me encuentro con los restos del templo dedicado al emperador Augusto situado en el foro de Barcino. No hay nadie en el minúsculo recinto. La elegancia y grandeza de las tres columnas que se conservan me sorprende. Me asombra porque nunca había oído hablar de restos romanos en pleno Barrio Gótico, y porque ese patio sin gracia pudiese esconder al fondo a la derecha tal sorpresa.

—Impresionante! Quien se lo iba a esperar. Aquí en cada rincón... Es lindo! ¿Verdad? — me pregunta con ojos incrédulos el ejecutivo, con pelo alborotado, canoso, y voz sudorosa que acaba de llegar.

-Sí, la verdad. Es lo que menos me esperaba en este el laberinto de callejuelas.

Medio perdida sin plano, ni guía tratando de llegar al museo Picasso y zas esto. ¿Un argentino?, sin acento... pero lo de lindo lo ha delatado.

—Es lo que me gusta de España, de Europa....

Por la puerta del patio acaban de entrar un hombre rubio de unos 55 o 60 años de pasos lentos y expresión doblada como el que soporta un oscuro secreto que no puede revelar, con una pequeña de unos 12 años, de melena negra tiznada, delgaducha y desgarbada. Demasiado mayor para ser su padre pero demasiado joven para ser su abuelo. Una pareja rara.

El hombre maravillado por las columnas se detiene para leer el cartel explicativo. La pequeña se sienta cerca de mí, y observa el suelo. Vuelve la cabeza y me mira. Sus ojos verdes acuosos son tristes, de una tristeza lejana y eterna. Su piel blanca y mortecina, como de enferma desahuciada me sobrecoge, los pelos de mis brazos se erizan.

Recuerdo a la niña vampira de Déjame entrar, la película del sueco cuyas huellas pisotean mis sueños desde anteayer. El amor del niño acosado por sus compañeros de colegio y la niña de sexo mutilado que se alimenta de sangre en una Suecia de nieve cegadora es de una poética estremecedora. Esta niña con su vestido de soles y mariposas de colores tiene en sus ojos la misma tristeza inmortal que la niña vampira. Se acerca, me dice algo en no sé qué lengua y señala las columnas. El argentino se ha marchado. La pequeña continua con su manita enclenque señalando las columnas. Le doy mi mano y la acerco a la columna más grande. Su mano helada estremece mi cuerpo sudoroso. Nieve en mis venas.