6.7.05

el cometa

Esta mañana encuentro a Misombra hecha un ovillo debajo del fregadero con los dientes castañeando y una de víveres como para resistir un asedio troyano.

—Han lanzado un misil para romper un cometa en medio del universo. ¡Terrible, terrible! ¿Y ahora qué va a pasar? —gimotea.

—Mujer, no será para tanto... Además acaban de decir en la radio que han acertado en el núcleo del meteorito y hay resquicios de agua.

—¡Cierra, cierra! Peor, eso es lo peor, agua, escondía agua. Sabe Dios que engendro han dejado escapar... Unos atrevidos y soberbios. ¿Y dónde habrá ido todos esos trozos?... ¿Tú que te crees? No es una piedra cualquiera.

>>>Los cometas como la Caja de Pandora nunca deben abrirse —sentencia con voz temblorosa y ojos asustados del que espera sin remedio la guerra de los mundos.

Su pánico me llega lejano, confundido, entre legañas y bostezos; como todas las mañanas, aún a medio despertar a pesar de las horas y la claridad, me atizo mi dosis de páramo camino del pueblito. Hasta hace apenas dos semanas, mi estepa con cuatro encinas y poco más era verde rabiosa, el trigo verde agitaba sus plumas entre remiendos de arcilla, un mar verde resplandeciente con lunares de amapolas rojas, pero esta mañana toda la llanura es ocre y pajiza, cuajada de trigos requemados y aire con sabor a desierto. Tan sólo sábanas verdes tendidas al sol hiladas con girasol y remolacha.

—¿Crecerán los girasoles? —me pregunto. El pánico abre surcos entre el trigo afeitado, y planta las dudas del cometa.

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