Pasas parte de tus días con las manos al volante practicando el despiste en el mundo peatonal: pasar a toda leche por los pasos de cebra y que se paren ellos, apuras hasta el último centímetro y le pasas rozando al caminante que viene cruzando, o los ves un poco despistados en la acera ¡zas palante!, y en una de éstas de tanto estirar casi te llevas por delante a más de uno que tiene que pararse en seco, acabas frenando gastando neumático y te paras al borde del bolso o del bastón del asustado viandante.
Otra gran parte de tus días transcurren como peatón, y ahí ya cambia la cosa. Paseas más chulo que un ocho por tus pasos de cebra, miras de lejos a los que se acercan con gesto de "anda, atrévete y no pares, ya verás...", cuando los autos frenan a tus pies chirriando te aplicas media sonrisa de complacencia, y si alguno te pasa rozando le enseñas en bolso, le sacudes el paraguas o le increpas con algo como: ¿qué? listo para matar...
Tal vez misombra ha conseguido escaparse del congelador en una de estas idas-venidas alzheimicas que padezco —voy a la cocina o al baño a buscar algo, llego y me he olvidado, esto me pasa varias veces al día, así que vuelta atrás al punto de partida y si hay suerte recupero el hilo y recuerdo—. Pues eso, en uno de estos paseíllos abrí la puerta del congelador, se ha escapado y ahora me tiene presa en este vivir bicéfalo.
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