8.5.09
He llegado al final del libro sin soñar con ratas ni una sola noche -lo que es la edad, hay que ver-. Caminaba por la calle sin hurgar las alcantarillas, sin temor a encontrarme la ratita presumida yacente entre los escombros de cualquier obra parada por la crisis. Esto porque no me he largado a NY que si no tendría que golpear los cubos de la basura en Suffolk Street para espantar a las ratas que pasean a sus anchas por las aceras. He visto pasar los muertos, el sol requemado de Orán y las reflexiones de Tarrou de lejos -será también la edad?-. Para terminar, el cenizo de Camus nos alerta:
"Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la pese no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, en los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa."
En fin, lo mismito que dijo dña. Rosalía: "Cando unha peste arrebata, homes tras homes, non hai máis que enterrar de presa os mortos, baixala frente, e esperar. Que pasen as correntes apestadas...¡Qué pasen.., que outras virán!
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