Para desayunar me han puesto el discurso de Rajoy en el estado de la nación y para comer adobo el filete con el discurso de Rubalcaba diciendo que el primero ha ido al parlamento a “reinventarse”. ¿? La salsa se corta y el filete apesta. Busco un cigarrillo en los ceniceros, sin respuesta. Me lo invento.
Tú pensabas que hoy era el día del estado de la nación —¿qué hay de lo mío?—, que las cadenas están a otra cosa mariposa, pero no, siempre nos queda radio 5 para el servicio público al radioyente —radio escucha que dicen ahora los profesionales—, y podrías atropellarte a noticias un día más: qué nuevo correo largará Torres, habrá escapado algún millón más para Sepúlveda, te habrán intervenido los teléfonos —volver al tantán en el momento WhatsApp?—, o te dará los buenos días otra de mujeres esclavizadas en un macroprostíbulo. Pero un discurso de hora y media con la bancada dormitando no entraba en los planes mañaneros de sol a medias tintas, café en la terraza del Novelty, unos tragos duplicados y un cigarro de propina.
Los escritores, por lo general, han sido y son grandes fumadores. Pero es curioso que no hayan escrito libros sobre el vicio del cigarrillo, como sí han escrito sobre el juego, la droga o el alcohol. ¿Dónde están el Dostoyevski, el de Quincey o el Malcolm Lowry del cigarrillo? La primera referencia literaria al tabaco que conozco data del siglo XVII y figura en el Don Juan de Moliére. La obra arranca con esta frase: “Diga lo que diga Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tabaco… Quien vive sin tabaco, no merece vivir”.
Solo para fumadores. Julio Ramón Ribeyro.
Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme.
La montaña mágica. Thomas Mann.
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