Es un domingo pálido, neblinoso, olas de frío se estampan
contra los cristales de la ventana. Las cigüeñas hace horas que han despertado,
su aleteo sobre los tejados revuelve el aire acurrucado en las cornisas de la
Clerecía. Enciendo un cigarrillo y salgo
al balcón, el humo calienta la nariz. Tres caladas y el meñique ya no responde,
a este paso se cuelga el iPad y otro
domingo enterrada. Los árboles de la
calle de las Úrsulas continúan esquilmados, ennegrecidos y silenciosos. Ningún
pájaro canta y yo no soy el cuco.
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13.1.13
20.1.08
Pasan de las doce de la noche. La niebla apenas deja ver las fachadas de la calle Libreros, ni la cara del dandy que acaba de pasar. La niebla humedece los músculos apelmazados y resecos después de recordar en El beso de Judas "el otro lado del jardín" que Wilde había querido conocer, Gide dixit.
Al sol del domingo, la niebla ha desaparecido. Un ‘gardel’ pálido, de cara afilada, barba rala y sombrero de compadre canta lo mismo La bien pagá que Mediterráneo o Volando voy, en la terraza del Novelty, acompañado a la guitarra por un moreno alargado, barba profusa y gafas estrechas de pasta negra en el más puro estilo de progre del 75, puesto al día por su melena de rastas antiglobalización. Un tipo todo ojos desenfundados, mirada demasiado fija, con pinta mezcla de escalador del Everest y vagabundo, no para de moverse bajo el soportal del Ayuntamiento; adelante y atrás, atrás y adelante, con pasos cortos y rítmicos se entrena para su próxima escalada. Los domingueros en sus sillas al sol aflojan sus monedas al cantante de voz aflamencada, antes de que la niebla borre las huellas.
Al sol del domingo, la niebla ha desaparecido. Un ‘gardel’ pálido, de cara afilada, barba rala y sombrero de compadre canta lo mismo La bien pagá que Mediterráneo o Volando voy, en la terraza del Novelty, acompañado a la guitarra por un moreno alargado, barba profusa y gafas estrechas de pasta negra en el más puro estilo de progre del 75, puesto al día por su melena de rastas antiglobalización. Un tipo todo ojos desenfundados, mirada demasiado fija, con pinta mezcla de escalador del Everest y vagabundo, no para de moverse bajo el soportal del Ayuntamiento; adelante y atrás, atrás y adelante, con pasos cortos y rítmicos se entrena para su próxima escalada. Los domingueros en sus sillas al sol aflojan sus monedas al cantante de voz aflamencada, antes de que la niebla borre las huellas.
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