25.9.12

siempre vuelve



Las hojas de ciruelos caen despacio hastiadas del peso de las gotas de lluvia.  Las nubes han dejado de pasar. Las manzanas se pudren sobre la hierba y los limones han engordado demasiado. Comienza el otoño, y apenas he visto el verano. Cuando vino a saludar  estaba entretenida en los bailongos nocturnos de las Conchas  Electrónicas. Bufó despechado, dejándome plantada con dos bofetones de calor sahariano,  y noches tiritando en las escaleras de la Pontificia. 

Todo ha quedado en un visto y no visto:   

Un suspiro entre Os Anjos lusitanos del Museo  Alberto Sampaio.  

Una gitana arrugada en bata de madrugar y camisón de hospital,  con mascarilla de oxigeno canta a Camarón en los bancos de Anaya,  y fuma sin parar. Otra madrugada de calor bajo los pinos.   

Copas de aguardiente blanco en la madrugada de agosto bajo una sombrilla trenzada con las camisas de los amantes olvidados.

Una femme fatale con los hombros desnudos, caderas escuálidas y ladillas en el pubis a la puerta del bar en una callejuela de medieval, como una Ginebra desmemoriada esperando a su Lanzarote del Lago.

Muertos que levantan el puño y vivos que ansían un lugar bajo el sol a salvo de los incendios.

 Los aromas de quesos frescos, de oveja, de cabra, curados, en aceite  o picantes en la nevera vegetariana.

         Aferradas a sus manos, las mujeres inciertas apoyan sus vientres contra la barandilla del  ferry de Staten Island,  observan  los reflejos del sol poniente sobre los edificios acristalados de Wall Street. Los encajes de espuma de la estela del barco nos señalan el camino.

 ¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.
¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

Esperando a los bárbaros. Kavafis.

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