Los calores del fin de semana
pasado no presagiaban nada bueno. La cabeza se le caliente de repente a los
mercados y nos zarandean sin piedad: Bankia tirada por los suelos —y no
precisamente de risa—, Misombra sin
dormir pensando que los ahorrillos al recaudo de Bankia se habían volatilizado,
la prima de riesgo rozando el Everest, la
bolsa cantando aquello de “Arrástrate”, Gibraltar animando las noches de los pesqueros de Cádiz, y los telediarios, unos cenizos nos
desvelan el nuevo mal del orbe occidental
—por si no tuviéramos bastante—: el
síndrome post-orgásmico que se resume en: echas un polvo o te la cascas y te
pones a morir, y no se cura con aspirinas; tan solo los rusos se han apiadado
de nosotros y nos han mostrado la tierra con sus mares azulones, su tierra
parduzca, las borrascas blancas como la nieve, y un verde alga continental que
me recuerda a la pampa más que al renegrío Sagel, gracias a una fotografía que desmonta la
fábula del planeta azul. Con este
panorama la niña comenzó a cantar el “Mira como tiemblo” el martes, y
el viernes por la noche padecía doble tembleque de horror y frío.
Siempre le queda el consuelo de que
charrilandia se va convertir en el capital del ciclismo, si no fuera por esto
continuaría tiritando pensando que hoy no podrá ver pero ocurrirá el último eclipse
solar profetizado hace siglos por astrónomos Mayas, y adelanto del fin de los
tiempos para los agoreros milenaristas. Siempre nos quedará París, o elciclismo.
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