En el viento había gotas de lluvia. El polvo de las aceras se recogía entre los pliegues de la
falda, sepultado bajo las suelas de los zapatos. Las nubes ofuscadas sudaban tinta china en su
galope hacia el oeste. Las hojas de las acacias llamaban a las ventanas, caían desplomadas
en los balcones. Las horas zarandeaban los escalofríos de los caminantes. Y a las once de la
noche comenzó a llover. En el agua de lluvia no había viento.
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