Como bien habrás notado, estos últimos días la pena y la desolación invaden mis orillas. ¡Qué va a ser de mi sin Él? Camino perdida, estremecida por las orillas del Tormes. Me siento en la plaza del Comercio -su gran obra colosal de emperador romano-, admiro sus columnas y estrecho mi mejilla en la columna faraónica.
En las madrugadas de insomnio, una desolación lunática me conduce a la Plaza y como una yanqui extraviada paseo delante del Ayuntamiento. Delante, atrás. Atrás, delante. Paso largo, lengua mustia. Un ansia espolea el corazón, esperando una luz en la ventana de su despacho que me consuele y me conduzca de nuevo a casa. Ya quedan pocos días. ¡Cómo añoraré sus exabruptos y palabras por los codos! El sábado se cambiarán los bastones, sonarán las campanas, voltearán las banderas, Milanzarote dejará la Mariseca a la intemperie y nunca volveremos a verlo en la procesión, con su medalla de Alcalde-milagro. Ya nada será igual.
En las madrugadas de insomnio, una desolación lunática me conduce a la Plaza y como una yanqui extraviada paseo delante del Ayuntamiento. Delante, atrás. Atrás, delante. Paso largo, lengua mustia. Un ansia espolea el corazón, esperando una luz en la ventana de su despacho que me consuele y me conduzca de nuevo a casa. Ya quedan pocos días. ¡Cómo añoraré sus exabruptos y palabras por los codos! El sábado se cambiarán los bastones, sonarán las campanas, voltearán las banderas, Milanzarote dejará la Mariseca a la intemperie y nunca volveremos a verlo en la procesión, con su medalla de Alcalde-milagro. Ya nada será igual.
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