29.8.05

en casa

Cuando volvimos, la casa respiraba a incendio de rastrojos, y cenizas de romeros en brasero. Las hierbas resecas crecían entre los cojines del sofá, y un hongo gris sombrío escalaba la pared de la cocina. Lapetarda lucía un moreno zaíno más del tipo estar colgada al sol en el tendedero –cual sábana al clareo- que de pingo nocturna. Al vernos llegar con las maletas, los paquetes de patatas y pimientos, las cajas de vino y aguardiente, y con nuestra piel de blanquitas al aire de un crucero por los fiordos, clavó sus ojos en Misombra y se justificó atentamente:
—Es la operación asfalto de tu querido Alcalde, me tiene negra. Y con tanta “conversation” con los guiris no salgo de las terrazas.
—¡Vaya, dominarás el inglés?
—No te creas..., algo más sí, pero me ha dado más por el chino y mañana he quedado con Omar para empezar con el urdú, creo que no es tan difícil, y son los idiomas del futuro.
—Ya... un verano exótico, el tuyo —le replica burlona Misombra.
—Chica, lo que te da de sí el turismo cultural, y sin moverte de casa.

25.8.05

de nuevo, el jefe

El hombre de las veinte caras y cincuenta refranes —“No se va la manta por el repulgo”— asoma por encima de la pantalla del ordenador. El semblante rebosante de redondez flácida, los ojos ennegrecidos chispean a saltos dentro de la pequeña línea de fuego bordeada por las sanotas mejillas. Levanta el brazo peludo de vellón, me tiende la mano y la estruja fuerte, bien fuerte, tratando de agarrar un odre de aire fresquito del mar salado. La mano deja una huella de sudores carnívoros, caldos de unto y farinato de invierno. El jefe saluda la vuelta de vacaciones. Mi sombra sale pitando a esconderse entre las páginas de la Ley de Contratos:
— ¡Uy!, que éste me sacude y me arruga con el meñique, —dice con un guiño por los aires— si, ahora, vendrá lo de: ¿Qué tal las vacaciones, bonita?

22.8.05

una semana


Los ingleses llevan camiseta de manga corta bajo la camisa de popelín blanco, cenan en el patio del “Delicatessen" en una noche de abanico y helados, y la rubia de negro impecable y piercing en el labio soba la pierna del lindo inglesito con los pies de rojo. La petunia blanca se chamuscó a la sombra entre manos ajenas. Mañanas fresquitas bajo lomas de trigos recortados, “y el suspirar de fuego de los maduros campos.”
La nevera vacía, entre silencios nocturnos, estertores quejosos de judías tiernas y muslos de pollo de corral recién adobados. Una frase mata el hambre de tanto darle vueltas, ni con otra vuelta de tuerca logra el efecto deseado. Los aniversarios confunden: no ponen los nombres en su sitio. “¡Ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar no lloro, y a veces, lloro sin querer”.
Los patos con vértigo miran incrédulos el canal de la Hacienda Zorita. Una nube de plumas deja un reguero de patos blancos arrollados en la autovía de Castilla. Sagitario888: la espía que surgió del frío. “Alguien que pide un papel de fumar... Alguien que baila sin brújula al fondo del local”. Una semana trabajando.

17.8.05

vacaciones al norte

En el norte, las vacaciones no son fáciles. Empezando por la maleta, hay que llevar de todo: desde la gabardina y el jersey al vestidito palabra de honor, sin olvidar los calcetines. Este año he conseguido empaquetar todo en el trolley rojo, y mi sombra se ha apañado con un maletín de congreso, a ella cualquier cosita le tapa –o destapa-. ¿La familia? Bien gracias.
Santiago, noche fresca, con mucho exmaoísta convertido al pactismo celebrando la votación parlamentaria. Desde el otero de la terraza del Suso veo al señor diputado Xesús Vega –¡lo que avejenta la política, dios!—: la Xunta es suya. El gato de mi amiga Rita está a dieta. A mi rubio no le sienta bien que no me acuerde de María: ¿Quién es María? (tierra trágame, es su hija).
Festín de percebes en Ferrol salpimentados con ráfagas de muerte lenta y paseos al borde del finisterrae. “La mitad de las gallegas sólo han tenido una pareja sexual en su vida”. Touriño toma posesión en la plaza del Obradoiro entre sones de música clásica sin gaiteiros y con poemas –fino de la muerte-, y nombra Conselleira de Cultura a una ex-chica ERGA. Las chicas de ERGA eran las que más chillaban en las asambleas, al grito de guerra: ¡Fala galego! Si no que le pregunten al Marqués de Bradomín, uno de sus blancos favoritos.
La playa más llena que nunca y el agua más fría que siempre. En Benidorm, “mueren dos hermanas inglesas al quedar atrapadas en una cama plegable”.
Mi querido CR me invita a su nuevo estudio-nave-casa, y me dice: “te queremos” (¿él? ¿sus gatos? ¿sus perros? ¿sus patos? ¿as galiñas?), y me regala tomates de su huerta. Y Don Manuel mastica la derrota pescando en el yate Azor; no, ese, no —en qué estaré pensando—, en el yate de un amigo.

13.8.05

the black man /3

El sudor convertido en un río de fuerte olor a hormonas lo tenía totalmente empapado; agarró con alegría la toalla que el entrenador le ofrecía. Iban ganando y aunque el calor era obsesivo y estaba agotado no cedía un milímetro al dolor, sabía que esta era su oportunidad. No podía creerlo, había conseguido encestar veintitrés tantos en este partido y la victoria ya era suya -la Regency School volvía a ganar la copa-, el mejor tanteo de toda la temporada y con los ojeadores de Harvard en el banquillo. La sonrisa del entrenador se lo confirmó: la beca estaba en el bolsillo. Podría graduarse en Económicas, él un “black man” de los suburbios de Chicago.

Su retina se llenó de colores, rojos, azules, verdes y amarillos, el sonido de un tintineo llegaba lejano, no ya más cerca, era el tiritar de las botellas que chocaban entre sí. Horas y horas observando el trasteo azaroso de unas botellas contra otras. De las botellas de colores colgadas del manzano del jardín en su casa de Filadelfia Street, botellas azules, rojas, amarillas y ese sonido acristalado y brillante, titilante como las estrellas azuladas de las noches de verano. La voz de su madre llamando para cenar : “Robert, Robert, ven ya está lista... ¿Robert, dónde estás? ¡Robert, ven a cenar!” No podía contestar, no podía levantarse, sólo seguir tumbado, mirando fijamente las botellas de colores.

Poco a poco los cristales se disiparon entre la bruma, el sonido fue alejándose, y entre un mecer de olas y un susurro de viento salobre sintió el sol quemándole los ojos y un calor tenebroso con una peste azufre que le produjo arcadas. Otra vez el olor del miedo, el mismo que esta mañana sintió al bajar las vacías escaleras de West Ruislip. El ruido de los cañones era ensordecedor, uno tras otro descargaron sus bolas de pólvora, más estruendo y más cañonazos contra el bajel español que parecía acercarse demasiado. Las descargas sacudían la goleta. Todos aquellos hombres, mujeres y niños que viajaban hacinados desde el Golfo de Guinea, hervían de pánico. Entre aquel hedor de pólvora sin piedad, viajaba el terror de los secuestrados a golpe de bayoneta por los soldados ingleses.

De nuevo, la luz del sol le deslumbró, la claridad eran tan ardiente que el calor quemaba su piel, un calor desesperado. El sudor bajaba por sus poros y empapaba su camiseta del “Black Power” ; hacía calor, y millones de “hermanos” se habían reunido para marchar sobre Washington, para reclamar el fin de la segregación, millones de personas para escuchar a Luther King : “I have a dream...”. Ahí perdió el miedo y decidió que el mundo era suyo.

Un estruendo de volcán encendido rebotó contra las paredes de hormigón, un río de lava asesina corría por los túneles cercanos a la estación de Mile End.
En ese segundo infernal su retina se embriagó de imágenes veloces, su pasado, el pasado de sus antepasados y el futuro voló ante sus propios ojos.
Un humo de fuego devastó los vagones y el olor a carne requemada, piel curtida y pelo carbonizados selló de muerte los pasillos de la incertidumbre que viajaba por las entrañas de la tierra. Suspiros de fuego estrujaron sus neuronas entre haces de azufre asesino, destilando una última lágrima salada y añeja que hirió de muerte su corazón.

8.8.05

the black man /2

Oxford Circus. “¡Uff! mitad de trayecto ya solo faltan quince minutos”, sintió un alivio tan pasajero como inútil. Al abrirse las puertas la tensión entró a borbotones entre los nuevos pasajeros, trató de apartarla de su cabeza y comenzó a repasar las citas de esta mañana. La cercanía del trabajo lo ensimismó en las tareas que comprobaba en su POD último modelo -regalo de su empresa-: “entrevista con Mr. Stuart, entregar el informe sobre el asunto de Sharp Corporation (discutirlo antes con Patrick)”.

Las francesas se bajaron en Bank y con ellas la algarabía. El silencio se dispersó entre los viajeros, como un gas venenoso electrizó el aire de desasosiego. Levantó la cabeza de la agenda y vio como el joven paquistaní, que estaba oculto tras las jóvenes francesas, sacó la mochila que tenía agazapada bajo del asiento, introdujo la mano y revolvió nervioso. El corazón acelerado disparó ráfagas de terror: “Ya está, esto se acabó. Ese cabrón...”

Un estruendo de volcán encendido le devastó los oídos, y sintió los ojos más abiertos que nunca, como platos, y una luz cegadora de nieve al sol los exprimió dentro de sus órbitas, y el dolor acribilló cada célula de su piel.

La piel de Lucy, blanca como la nieve, tan blanca que deslumbraba tendida a su lado. Cuánto había deseado abrazar una piel blanca, de poros cerrados, que oliese a blanco, y ahora con Lucy desnuda entre sus brazos el miedo le impedía abandonarse, deleitarse con la ternura imaginada; el miedo estrechaba el cerco, sus manos vibraban entumecidas por un calor asfixiante que le atenazaba la garganta y devolvía los suspiros al estómago. La amaba desde el primer día en que la vio en el comedor del campus, tanto la había deseado y ahora ese miedo siempre oculto entre las malditas neuronas le mantenía paralizado, torpe y destilando sudor a chorros.

5.8.05

the black man /1

The Black Man se agarró a la barra metálica del vagón y estrechó con fuerza la cartera de piel entre sus piernas. El tren 245 de Central Line arrancó con una sacudida brusca de la estación de “Nothing Hill Gate”, los pocos viajeros del vagón se asieron con rapidez a lo que tenían a mano tratando de dominar el miedo que encendió rabiosamente sus ojos. Echó una visual a su alrededor y desde luego había menos gente que un mes atrás. A esas horas de comienzo de jornada, y camino de la city el metro debería estar atestado de esa mezcla variopinta de ejecutivos y trabajadores, y turistas madrugadores camino del Metropolitan.

Desde los últimos atentados un olor a miedo recorría los pasillos y estaciones del metro, era denso y penetrante con un resto de pólvora hiriente y atenazadora. Volvió a sentirlo ahora, en este vagón. Con inquietud revolvió la mirada y esa primera ojeada no le devolvió ningún sospechoso con mochila. La joven de la izquierda lo miró con los ojos abiertos como si también ella sintiese ese olor del miedo. Sí, sus ojos preguntaban qué pasa, frotó las manos impaciente y las escondió bajo el bolso de girasoles. Las jóvenes francesas del fondo reían y jugueteaban con sus móviles haciéndose fotos, ajenas al ambiente crepuscular que invadía a los usuarios habituales.

Los primeros atentados del 7 de julio conmocionaron Londres, y bajar al metro no fue fácil, todos aceleraban el paso y escondían la cabeza como si una lluvia finita y menuda los estuviese quemando. Pero los atentados de la semana pasada aguzaron el pánico, y los vagones y pasillos viajaban solos, el metro estaba prácticamente a la mitad. En todas las líneas, en todas las estaciones, la tensión, la tristeza y la inseguridad se mezclaban. La desconfianza recorría los túneles, y los viajeros sospechaban de cualquier paquistaní, de las mochilas o, simplemente, de los hombres morenos.

2.8.05

galaxias


“Cuando considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y siguiente -memoria hospitis unius diei praetereuntis-, el pequeño espacio que ocupo e incluso que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no allí, porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo.”
Pascal.